Publicada en La Hora el 6 de diciembre de 2012
Queridos hermanos, estamos aquí reunidos para recordar a quienes en vida fueron las Fiestas de Quito. Con sentimiento de pesar y un profundo chuchaqui seco debemos reconocer que aquellas celebraciones ya solo son un recuerdo que anida en nuestros entristecidos corazones.
Sé que solo soy el cura de la parroquia y ya dirán: ¿este qué sabe de las difuntas parrandas? Como buen padre de velorio me las arreglo y me la saco como torero. Perdón por lo de torero, no fue mi intención meter el dedo en la cornada.
Parece que fue ayer cuando veíamos pasar por las calles de la ciudad aquellos alegres vehículos que se conocían como chivas. Historias de amor se tejían en sus interiores –en los interiores de la chiva, feligreses mal pensados- y amigos fraternos cantaban canciones populares. Las bandas de pueblo tenían trabajo.
Si algo nos dejaron de enseñanza fue que en los barrios se unían los vecinos sin importar sus provincias de origen y gritaban juntos por la capital. Todo al son del disco móvil merenguero, que daba yapas de canciones a cambio de otra copa.
Queridos hermanos, es duro entender que aquellas fiestas hayan fallecido y dejen tantos deudos con su dolor.
Se llevaron la pasión de los taurinos, las amanecidas de los bailarines, el canelazo del pueblo, los chuchaquis justificados.
Si bien se dice que no hay muertito malo, estas difuntitas tenían sus cositas. Los malandros, los borrachos, los bronquistas. Problemas graves que podían tener solución, pero prefirieron darles el vire. Pobres fiestitas. No por arrebatar los bailaches hay menos delincuentes.
En fin, fueron años de amistad que son cosa del pasado. Agradecemos al club de manualidades ‘Diablos humas’ por usar el papel mashé de las guirnaldas azules y rojas, para hacer las coronas fúnebres de este evento. Se han sentido muy ‘augusto’ haciéndolas, nos han dicho; no han tenido ninguna ‘barrera’, han jurado.
Agradecemos la presencia de todos los fieles que sintieron a las difuntas como parte de sus vidas. Pasaremos a servir unas canelitas para las viudas, sin alcohol, por supuesto.
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