El Gobierno una vez más enfila sus lanzas.
Esta vez dice que se ha cometido un delito al publicar fotos de indígenas Waoranis atravesados por lanzas.
Sí, atravesados por lanzas. Imágenes duras. Duras como la realidad
que se vive en la selva ecuatoriana. Una realidad que la gente en las ciudades
preferimos no ver, porque así seguimos nuestras vidas tranquilos, viendo la telenovela
de las nueve sin preocuparnos de que unos hombres desnudos en la jungla estén
en guerra.
Eso resulta más cómodo que analizar como sociedad qué se ha
hecho en 50 años para detener esas matanzas, orquestadas al son del supuesto
desarrollo petrolero. Ahora, sin embargo, queremos encarcelar a periodistas por
revelar cuán cruenta es la situación que se vive en el Oriente.
Pues sí, las imágenes son duras. Duras como las del cuerpo de
monseñor Labaka cuando fue ejecutado por lanzas dentro de este mismo conflicto.
Unas imágenes que recorrieron el mundo y que hicieron que en algo, el tema
salga del oscuro rincón en el que los ecuatorianos preferimos guardar las cosas
incómodas. Pueden gustar o no las instantáneas, pero ¿delito?
Imágenes duras como las que vemos en documentales de National
Geographic sobre el holocausto nazi, donde observamos los cadáveres de los
judíos apilados como si fuesen leña. Sabemos cuan dura fue la barbarie de Hitler,
gracias a que conocemos sus horrores y así sabemos a dónde no queremos volver.
Las más salvajes acciones humanas que han sido documentadas
han permitido ponerles la etiqueta de irrepetibles, aunque fieles a la
estupidez del hombre, las cometamos una vez más.
Así hemos visto las escalofriantes guerras de África y así se
han procesado genocidas. Con la cruda imagen del cadáver del Che Guevara, se
han empujado las luchas sociales.
Pues bien, mientras en el resto del mundo denunciar los
horrores de la mano humana es una obligación moral y se ganan premios como el World Press Photo o el mismo Pulitzer (con esto no quiero decir que las que se publicaron merezcan premio alguno), aquí el Gobierno
ecuatoriano emprende una acción legal. No para encarcelar a los traficantes de
madera que han comprado a indígenas de la zona y financian la guerra para hacerse del cedro, tampoco a
los petroleros que son una ficha clave en el proceso, peor aún a los asesinos, al parecer, financiados por los dos anteriores. No, los que deben ir presos son los
periodistas, criminales que cometieron el horroroso delito de mostrarle al país
la realidad y hacer que la sociedad hable de ello. Sí, que hable de ello, que
hable de que los pueblos ocultos van a desaparecer si mantenemos el sendero por
el que vamos, que se hable de que existen asesinatos de mujeres, niños y que al
parecer a nadie le importa. Como si no fuesen humanos. Pues lo son.
El Gobierno dice que se atenta contra la honra de las
personas que son fotografiadas y las de sus familiares, como si su vida fuera
secundaria. Lo que realmente urge es evitar el exterminio, no hay que perder la
brújula ni el tiempo.
Sin embargo, el discurso moral en estos tiempos siempre tiene
éxito y con esa bandera se puede despistar del tema central. El problema no ha
sido la matanza, el problema han sido las fotos. Una vez más, la culpa es la de
la prensa y todos seremos felices si encarcelamos a los que denuncian, pero
seguimos permitiendo que el oro negro sea más valioso que la sangre de los no
contactados. No importa, siempre es mejor ver la telenovela.
El Régimen también busca que su aguja no se quede sin puntada
e incluye en su reclamo judicial un hecho que considera gravísimo: advertir que
el sistema interamericano podría actuar para salvar vidas que el Estado no ha
podido resguardar durante décadas. Qué terrible atropello de los periodistas,
si no queremos que los ecuatorianos sepan de la barbarie, peor afuera. Estos periodistas,
merecen la guillotina.
En fin, ya veremos en qué termina este proceso. Un tema que
nace con la garantía que ofrece hoy en día la desdibujada independencia
judicial.
Porque si, las imágenes son duras, son incómodas, como dura
es la realidad, como incómoda es la prensa para el desarrollo de los “sectores
estratégicos”.
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