miércoles, 6 de octubre de 2010

Un cerco en plena crisis

Un día normal transcurría en el extranjero cuando  un compañero entró a una sala en la que estaba trabajando en un tema del posgrado y me comenta: “la que se está armando en tu país”. Era el 30 de septiembre de 2010 y en Quito una revuelta policial había retenido al Presidente en un hospital de esa fuerza de seguridad.
Los detalles de ese trágico día para la paz, la democracia y el sentido común no vienen al caso relatar. El papel de la prensa es lo que nos ocupa. Me entrometí  esa noche en Madrid (tarde aún en Quito) en la redacción de diario El País para ayudar en algo y tener más canales de información para seguir al segundo el tema.
No fue misión fácil alimentarme de datos. Ya las señales de televisión privadas habían sido obligadas a conectarse a la señal oficial y por las pantallas solo se paseaban los amigos del régimen. La gente con la que lograba tomar contacto en Quito me explicaba su desesperación por no tener más fuentes de información. Para colmo las páginas web de los periódicos se habían saturado y ese colapso impidió que se pueda nutrir de información inmediata.
Es tremendamente preocupante que ante una crisis un gobierno restringa la libertad de información, pero es aún más lamentable que solo una pequeña parte de la población entienda ese atropello. De esa manera no hay quién plante cara al poder y le recuerde que esas medidas no responden a las buenas costumbres democráticas. Pasan los días y el Presidente se convierte en héroe, pero nadie sugiere que también es un verdugo de la libertad de prensa, que en este caso no era en beneficio del periodista, sino para ayudar a entender la situación a miles de familias que esa tarde tenían el corazón en la mano frente a la televisión.
A pesar de  que no había señal, los periodistas de los medios audiovisuales seguían en el campo de batalla, escondiéndose de los tiros para, cuando el poder lo permita, informar de lo sucedido. El Presidente destina cadenas enteras para acabar a la prensa, pero cuándo se reconocerá el valor de esos reporteros que, a pesar de tener a sus esposas e hijos en casa encendiendo velas a sus retratos, seguían al pie del cañón sin bajar la cámara, sin dejar de anotar los hechos. Un país ciego que no quiere ver más allá de las rabietas del mandatario carismático, alarmista, irresponsable y populista. Esto no resta que la actitud policial fue una de las barbaridades más estúpidas de la historia democrática del país. 
Desde Madrid era difícil conseguir información para nutrir las notas del día siguiente del periódico y los avances de internet. Todo cuando en España ya se rayaban el amanecer. Una llamada telefónica me ponía en contacto con Marieta Campaña, una periodista de diario Expreso, que con total valentía cogía el teléfono para nutrirme de datos entre nubes de gas lacrimógeno y detonaciones confusas. Una mujer valiente, así como el resto de damas reporteras que permanecieron ahí. Así se pudo ir reconstruyendo los hechos.
La población que sí entendió la gravedad no solo de los sucesos, sino del cerco mediático, se volcó a la red, como nunca antes lo había hecho en la historia (cabe recordar que el acceso a internet en el país está muy por debajo de los estándares de sociedades desarrolladas). Por Facebook y Twitter compartían fotos, comentarios, datos. La mayoría de ellos jóvenes que tenía a su lado a sus abuelos y padres, a quienes traspasaban la información que lograban pescar en la red.
Hoy las aguas se van calmando, pero esta escena circense deja un país golpeado, un presidente aún más popular, una sociedad atemorizada, pero ojalá que también se recuerde el 30 de septiembre de 2010 como la fecha en la que la libertad de expresión resultó un asuntó del que el gobierno prefirió prescindir.         
A continuación dejó los enlaces de las piezas que pude redactar desde la distancia.