viernes, 5 de octubre de 2012
Ahí viene el loco
Publicada el 26 de julio de 2012 en La Hora
Y se marchó y a su barco lo llamó Libertad. Una camisa un pantalón vaquero y una canción.... Ese marinero vuelve a querer arribar a puerto. Pero si lo hace en ‘domingo’ le van a poner todas las ‘paredes’ que sean necesarias para evitar que se suba al escenario. ¿Miedo?
Lo que pasa es que no pueden haber dos chabacanos en tarima, dos con el cinto en mano. Solo uno puede bailar con Tico Tico, empuñar guitarra y creerse Cristo.
Ecuador solo soporta un rey del show, un único degustador de guatita. Si con uno tenemos lo que tenemos, imaginemos con dos. Sí, lo sé, sería muy divertido, pero por nuestra sanidad mental creó que mejor no. Lo que nos queda de sanidad.
Igual hay un poderoso en la Presidencia que tiene la ‘mera’ intención de prohibirlo. No con argumentos jurídicos, sino morales e incluso basado en una investigación genética con la que ha dicho que ‘dalo por hecho’ que no son honestos. Del otro lado lo llaman indefinido. Pero él tiene bien definido que no quiere a la ‘fuerza de los pobres’ entre los pobres electores de su jefe.
A ese que dice que ama lo vimos por televisión esta semana a nivel continental. Estallaron las redes sociales. Con camiseta del Barcelona en mano quiere hacerle frente al hincha número uno de Emelec. Un verdadero Clásico del Astillero del populismo criollo.
Algunos dudan con darle el voto, porque “mi loco es 10”. Otros recuerdan vergonzosos capítulos del pasado.
Ya lo amenazan con que si materializa su vuelta solo podrá cantar el Rock de la Cárcel. Él dice que desde Panamá ve a su país en manos del narcotráfico y le ‘va cayendo una lágrima en su mejilla’.
Un choque de estrellas de la canción. El top del pentagrama de la política se lo disputarán canciones de Pueblo Nuevo y Los Iracundos. Los ecuatorianos, como siempre, bailando al son que nos toquen los que tengan el poder.
Todos sospechamos que con la arremetida de ese loco, quizá lo que se busca es darle un buen empujón a su partido. Parece que resulta. A los que hoy ocupan las cómodas colchonetas de Carondelet no les agrada la idea. Tampoco les gusta que un banquero ande por ahí diciendo cositas. Bueno, la verdad ¿qué les gusta? Ah... sí, el poder.
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