lunes, 27 de febrero de 2012

Calco de tirano


Columna publicada el jueves 23 de febrero de 2012 en La Hora 

No he visto nunca a un presidente aplaudir y, sobre todo, acatar alguna medida internacional tomada para frenar sus abusos. Nunca vi al occiso amigo de los nuestros, Gadafi, asumir con sentido común las exigencias mundiales para frenar el genocidio libio. Tampoco hay registros de Bashar al-Assad, presidente de Siria, en los que diga apegarse a los pedidos de la Liga Árabe para frenar la sangrienta guerra civil a la que ha arrastrado a su pueblo.

Esta patología es histórica, propia del humano, nada nuevo. No ha existido un tirano que admita y escuche alertas mundiales. Si lo hiciera, dejaría de ser tirano y al tirano le encanta eso de serlo.  Si hiciera caso a otros, ya no sería el mesías chabacano que cree ser, se despintaría de esa divinidad artificial con la que lo embadurnan sus compinches.

No hay por qué escandalizarse. Es una reacción normal, lo menos que se puede esperar. Imposible imaginar al ‘Chino’ Fujimori visitando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y asegurando que sus críticas son dignas de un abrazo. Imposible. Pero el tiempo es buen cobrador: el ‘Chino’  fue condenado a 25 años de prisión por delitos contra los derechos humanos.

Los déspotas son hasta su vejez como niños maleducados. La imagen del pequeño que cree fielmente que todo el mundo está equivocado menos él es común en toda familia. Qué muchacho más mimado, dirán. Cuando eso llega a niveles de Estado, carambas, sálvese quien pueda. Rueda una película mental: “Están equivocados todos los diarios del mundo, todos los organismos multinacionales, todas las ONG, todos los analistas. Todos”. Todos menos ellos, pero ellos solo piensan en ellos cuando los jodidos somos todos.

Los tiranos convierten a las sociedades en cuadriláteros y ahí las esperanzas se vuelven grises. Sin embargo, cuando una voz más allá se levanta y logra prender una luz, la ilusión deja de convulsionar. Hay alguien allá afuera, quizá rompan las cadenas y acabe el cautiverio. Ha sucedido, es posible que suceda. No hablo de Ecuador, aquí todo anda bien, señor juez.

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