Columna publicada en La Hora el jueves 2 de febrero
Hogar, dulce hogar. Una maravillosa palabra con vinculaciones aún más encantadoras. Lugar de familia, amigos, calor, intimidad, crecimiento personal. Pero en este país hay que sumarle otro ingrediente: ladrones.
Cuando nuestra casa ha sido robada, parecería ser la primera vez que eso sucede, pero solo basta decir “me robaron” para que aparezcan miles de historias. “Envenenaron a mi perro”, “me vaciaron todo”, “se han metido cinco veces”, “mataron al guardia”, “aún no empiezo a pagar las cosas”, “me metieron una paliza”, “asesinaron a mi padre”.
Llegar y ver tu puerta forzada, tus cajones en el piso, tu televisor desaparecido, tu computadora en el recuerdo, provocan un popurrí sentimental que a continuación describo:
Primero viene de súbito la ira, luego arrecia la frustración, un gran momento de impotencia y otro rato más de ira. Imaginas a gente, esta sí de verdadera mala fe, manoseando tus prendas, arrojando las cosas que tanto te costaron conseguir, el trabajo, las ilusiones, todo al carajo en cuarto de hora de ausencia hogareña. Lo manosearon todo.
Luego viene la lluvia de suspicacias. Que fue él, la Gestapo, me andaban siguiendo, me conocen, me odian, me leen, me tienen en la mira. Lo que sí te tienen es jodido.
De ahí, ojos cuadrados por varias noches, cualquier ruido se convierte en un estruendo aterrador. “Volverán”, “olvidaron matarme”, “qué tristeza de país”. Miles de pensamientos secuestran el descanso y te llevan a perder por un tiempo el cariño al lugar que con tus manos levantaste.
Aún sientes la presencia de alguna cámara instalada, un micrófono, un escupitajo en tu caja de cereales. Pasarán días hasta que el hogar se vuelva a llamar así.
Ahora llegas a casa con los ojos en la espalda, no se disipa el terror. Pusiste siete aldabas en la puerta, seguros que en un terremoto te encerrarán adentro. Una alarma, un perro, un seguro, un guardia, un rosario, un shamán, en fin, empieza a funcionar la maquinaria del mercado del miedo. Todo te parece necesario, todo es de vida o muerte.
Ya no hay tele, se la llevaron, pero cuando te pongas frente a una prestada verás cadenas nacionales diciendo que vivimos en la más placentera quietud, que tu miedo es culpa de la prensa, que nada de ello existe. Lo peor, algunos lo creerán.
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