Publicada en La Hora el jueves 27 de junio de 2013
“Oye, Ricky, ¿a qué juegas?”. “A los espías. Cuando sea grande quiero ser espía”. Y así Ricky fue creciendo con aquel anhelo infantil de los cuentos de la Guerra Fría, de las pelis en blanco y negro, donde veía a hermosas agentes soviéticas llevar micrófonos entre sus bellas partes.
Ricky jugaba y, gracias a su corazón revolucionario, llegó a ser Canciller de un pequeño país que tenía muchos problemas. Estaba llenito de narcotraficantes, secuestradores, corruptos. Pero esos problemas no eran prioridad para Ricky y, peor, para sus cuates.
Una vez, cuando ejercía ese alto cargo de ese país imaginario, se publicó una ley que obligaba a las personas a opinar de situaciones hipotéticas, irreales, para evitar la cacería de un comisario de prensa designado por edicto real.
En aquellos días, Ricky vio su sueño cumplirse: era parte de una historia de espionaje mundial. Estaba muy emocionado y metió a su país en un relajo global de impensables dimensiones.
Primero, le dio asilo a un ‘suco’ pirata que se vio obligado a refugiarse en una oficina en el exterior y Ricky se peleó con un poderoso país europeo. Sentía emoción y no racionalizaba que estaba metiéndose en un problema de ligas mayores y que a su país no le convenía. Pobre país, tenía muchos otros problemas que solucionar, en vez de alojar a piratas, a espías.
Luego estalló un escándalo mundial entre potencias, por un señor ‘Nievesden’ y ese ‘suco’ inquilino en Londres empezó a dar órdenes, al punto de parecer que le había quitado el puesto a Ricky. Pero no, el buen Ricky asomó en el fin del mundo diciendo que el señor ‘Nievesden’ era perseguido por el malvado imperio. Ricky no podía más de la emoción. ‘Nievesden’, el espía más buscado del mundo, era su ‘amigui’.
Sin importarle las consecuencias, metió a su país en boca del mundo, entre intereses incalculables. Apoyado en ese escándalo, de paso, la gente se olvidaba de esa ley que aprobaron sus amigos.
Ricky estaba en las portadas del planeta. ¡Cuánta alegría sentía! ¿Y su país? ¿Qué importa? Ricky, por fin, había cumplido su sueño. (Nota para el comisario: Este es un texto de ficción).
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