jueves, 30 de mayo de 2013

Violencia por las galletas



Publicada el 2 de mayo de 2013 en La Hora 

Un embajador ecuatoriano, de la nueva era, de esos de la patria grande, debe estar metido bajo la cama de su casa, bueno, de nuestra casa en Lima. Debe estar esperando que el pedazo de escándalo que armó baje de tono y, como somos buenos para eso, nos olvidemos ‘breve, breve’.

Qué escena, al parecer, protagonizó el dichoso representante, dejando por el suelo la imagen de la diplomacia ecuatoriana, aunque por el suelo mismo anda.

Seguramente, el bochornoso incidente debe tener otros culpables. Sólo déjenme pensar ¡Ya está! Luego de un veloz análisis, podemos decir que fue culpa de la prensa. ¿Pero cómo? Fácil, recordemos que el embajador utilizó, según informan, una revista para iniciar la gresca. Fue con ese endemoniado artículo que encajó los primeros golpes a las damas. Todo podría indicar que entre esas páginas existía algún espíritu malvado que nubló la mente de aquel pobre señor.

Con eso podremos desviar la atención brevemente, nos da tiempo, como se han logrado desviar los mil y un cañonazos bailables en los que se convierten nuestros escándalos diplomáticos. No vayan a pensar que me avergüenzo de la valija que viajó a Milán preñadita de cocaína, ésa sólo se nos fue por la galletas. Los polvitos sobre don Eloy, otro galletazo. El intento por tumbar la CIDH, gambeta y por las galletas.

Bueno, en fin, dejemos el asunto de nuestra soberana forma de representarnos en el mundo y nuestros clásicos autogoles. Analicemos: ¿Así somos los ecuatorianos?
Estos últimos meses nos hemos pasado debatiendo sobre violencia contra la mujer. Esto es eso, más allá de un escándalo, un hecho de violencia de género. Otro hecho que nos desnuda, nos muestra cómo somos.

La política internacional cambiará tarde o temprano. La política siempre cambia y los políticos son pasajeros, pero, pese a que ellos se van, seguimos siendo ecuatorianos y, por triste que suene, les seguimos pegando a las mujeres. Lo hacíamos en el bucaramato, lo hacemos en la tal revolución. Párame el carrito, varón. No importa si es campesino o embajador.

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