miércoles, 7 de diciembre de 2011

Se me quita lo quiteño

 Columna publicada el jueves 1 de diciembre en La Hora

En Quito ya no se puede ser antitaurino, porque te tachan de intolerante, ni tampoco puedes ser taurino porque te dicen sádico. En Quito ya no se puede ser fiestero, porque no te dejan libar y si no libas te tildan de aguafiestas. En Quito ya no puedes lanzar piropos, porque te acusan de morboso, pero si no los echas te catalogan de desalmado.

En Quito ya no puedes caminar, porque te apuntan de imprudente, pero si no sales de casa te nombran antisocial. En Quito ya no puedes ser comunista, porque te acusan de hippie y si eres capitalista te ponen el letrero de traidor. En fin, en Quito ya no se puede, ya no se puede ser quiteño.

¡Qué viva Quito! ¡Que chu...! No, no, no. Ya no se chupa en Quito. La verdad, se difumina el sentido de las fiestas. Si vas en chiva con los panas te pita algún desquiciado, que con la vena de la frente por estallar, menta a tu madre por complicar el tráfico. Si prendes el parlante en tu humilde domicilio, sale un vecino empijamado, de pocas pulgas y gritón. Si vas a alguna discoteca te cobran un platal, te ponen un mísero chorrito y de hielo un montón. 

Ya no puedes recorrer los miradores, ahí te esperan los malandros con cocteles burundangos. Si juegas fútbol en el parque, te pincha la bola algún hampón. En Quito chulla ya es mala palabra y si es mujer mucho peor. Si alguien se acerca a brindarte algo, antes gesto de  sana amistad, es hoy motivo de la alarma, sospecha, mala cara e inmediata huida.

Ya no se ven aquellas estampas de gente abrazada cuando no importaba el color. Ahora un trago imprevisto eclosiona la más cruenta discusión. Políticamente divididos, futbolísticamente divorciados, económicamente distanciados, quiteñamente enemistados.

 Ahora hay quiteños para unos y quiteños para otros. Se suponía que llamingos éramos toditos y el chagra era un compadrito. Al guayaco brindábamos canela y al gringo un discurso tricolor.  

Son fiestas con conceptos mutantes. Desquiteñizándonos cada año. Si aún se me permite: “¡Que chupe Quito!”, pero con moderación.  

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