Comparto mi primera columna de opinión en un medio impreso. Se publicó el pasado domingo 27 de febrero de 2011 en Diario La Hora.
SANTO REMEDIO
El tiempo lo cura todo, por lo menos eso se ha dicho desde siempre. Sin embargo, lo que parece incurable, a pesar de la sabiduría de los años, es la tiranía.
Esta semana se cumplieron 216 años del nacimiento de Eugenio Espejo y seguimos peleando por lo mismo. Los déspotas siguen ahí, sentados en el palacio de la Plaza Grande de Quito. Desde ahí se sigue insultando y prohibiendo. Desde ese trono se lanzan los edictos reales para coser las bocas de los que piensan lo contrario. Han pasado dos siglos y seguimos en lo mismo.
Esto revela cómo ha madurado el Ecuador. Seguimos oprimidos a pesar de los discursos de libertades y cuentos chinos de soberanías. Derechos sintéticos, fáciles de moldear, según el criterio del caudillo escultor.
Así como Espejo era perseguido por sus publicaciones y sus ideas, hoy el poder sigue obsesionado con descubrir, en madrugadas envenenadas, el insulto perfecto para ofender a quienes no tienen más defensa que una mente libre y valiente.
¿El tiempo lo cura todo? Parece que no. A nuestro país le encantan sus enfermedades, sus fiebres, intoxicar su blandengue democracia. Aplausos, vivas, besos a los ‘guaguas’ para maquillar la enfermedad. Al final lo que importa en Ecuador es convocar a consultas, pasearse en tarimas e insultar a cada segundo.
Seguimos igual de enfermos que hace 200 años, por más que el doctor Espejo nos dejó la receta perfecta para ser país: dos cucharadas de libertad al despertarse, dos al mediodía y otras dos antes irse a la cama.
Es la única forma de algún día abrir los ojos en las mañanas con la alegría transparente de sabernos parte de un Ecuador maduro, de un país orgulloso de decir lo que piensa.
La receta del doctor Espejo es infalible, pero para que funcione, hay que dejar, por ejemplo, de envenenarnos cada sábado.
PARA VERLA EN EL PORTAL DEL DIARIO
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