Aún hay reporteros de guerra, aún existen aquellos que driblan minas y que sienten cómo las balas silban junto a sus cámaras. Un oficio de Guerra Civil Española, de Segunda Guerra Mundial, de Vietnam, de los Balcanes, de El Salvador. Aún los hay.
Cada vez son menos, las guerras son más “controladas”. Obligan a la prensa a ver el conflicto desde un palco, lejos de la sangre, casi con una coca cola en la mano. Reporterismo de hotel. Ramón Lobo, veterano (por experimentado, no por viejo) corresponsal de El País, principalmente en conflictos africanos, relataba alguna vez cómo hay reporteros que no salen del hotel. El resultado son historias no historias, una mirada falsa de la tragedia humana.
Uno de los ejemplos, quizá el símbolo de la guerra de hotel, ha sido el conflicto en Irak. El hotel Palestina, con su paradójico nombre, era el cuartel general de la prensa mundial. Todos los sabían, insurgentes, militares iraquíes, pero sobre todo las fuerzas estadounidenses. Ahí estaba, en un piso de ese hotel, el 8 de abril de 2003, José Couso, camarógrafo de la cadena Tele Cinco, de España. Con su cámara en mano documentaba la toma de Bagdad, el inicio de una historia sin fin. Los soldados a bordo de un carro de combate de Estados Unidos abrieron fuego contra él, según ellos, porque la cámara parecía un fusil. Todos sabían que era un hotel de prensa, todos lo sabían.
Desde entonces sus amigos y familiares no han cesado en su afán de encontrar justicia en un conflicto injusto, entre una sed petrolera que quieren esconder. Pues hoy, el juez de la Audiencia Nacional de España Santiago Pedraz ha dado un paso histórico: ha pedido la búsqueda y captura de tres militares estadounidenses para extraditarlos a Madrid y juzgarlos. Pedraz incluso viajará en octubre y noviembre a Irak para recabar información y que el mundo pueda apuntar con el dedo a los asesinos en una guerra sin rendición de cuentas, sin inventario de cadáveres.
Puede parecer un castillo en el aire, un gesto de buena fe, difícil ver a los militares de la primera potencia mundial tras las rejas. Situaciones de guerra dirán, un muerto más alegarán.
Disparos. Cuando un reportero muere en un tiroteo de Kabul es una lágrima en el periodismo, pero un orgullo en las páginas históricas del oficio. Un camarógrafo muerto por culpa de “los buenos perversos” en un hotel de prensa es un asesinato, una tragedia. Un hombre menos que contará cómo otros sufren, como mueren, como roban, violan y mientan. Está todo en manos de la historia, hay que esperar que la historia no consuma esta historia.
La imagen es tomada de http://harmonicminor.com