Para no matar a un paciente hay que vivir hermanado de la actualización de conocimiento médicos, pero para no matar a la democracia y al buen oficio periodístico también hay que permanecer en constante capacitación.
Muchos periodistas en Latinoamérica, por no decir todos, creen que con haber superado la universidad, el camino ha concluido y la sola idea de volverse a sentar en un pupitre los aterroriza o simplemente creen que ya lo saben todo.
Pero hoy más que nunca este oficio requiere de abrir bien los ojos, limpiarse las orejas para escuchar bien y tomar apuntes de todo aquel que esté dispuesto a compartir un poco de ideas válidas.
Luego de haber sido editor de una sección y profesor universitario, sentí la urgente necesidad de volverme a capacitar: por mí, por mi país, por mi democracia (que hoy en día necesita de un mejor periodismo para recuperar sus signos vitales), por mis alumnos.
He llegado al otro lado del océano Atlántico a una casa de mucho prestigio: El País. Tengo la suerte de tener al alcance de la mano a maestro de las ‘grandes ligas’, como Joaquín Estefanía y Miguel Ángel Bastenier, frente a quienes he tratado de convertirme en una esponja para absorber cuanto conocimiento sea posible. La arrogancia del “yo lo conozco todo” la dejé abandonada en un basurero del aeropuerto internacional de Quito. Llegué a España como un simple aprendiz.
Y en efecto, he entrado en un proceso para desaprender algunas ‘leyes’ del periodismo que consideraba irrefutable y desde ‘el otro lado del charco’ me estoy quitando la venda de lo que Bastenier llama “el chip colonial del periodismo de América Latina”.
Espero, como todo ser humano, no perder el ritmo y volver a Ecuador como un mejor profesional y transmitir lo que hoy tengo la suerte de conocer.
Muchos periodistas en Latinoamérica, por no decir todos, creen que con haber superado la universidad, el camino ha concluido y la sola idea de volverse a sentar en un pupitre los aterroriza o simplemente creen que ya lo saben todo.
Pero hoy más que nunca este oficio requiere de abrir bien los ojos, limpiarse las orejas para escuchar bien y tomar apuntes de todo aquel que esté dispuesto a compartir un poco de ideas válidas.
Luego de haber sido editor de una sección y profesor universitario, sentí la urgente necesidad de volverme a capacitar: por mí, por mi país, por mi democracia (que hoy en día necesita de un mejor periodismo para recuperar sus signos vitales), por mis alumnos.
He llegado al otro lado del océano Atlántico a una casa de mucho prestigio: El País. Tengo la suerte de tener al alcance de la mano a maestro de las ‘grandes ligas’, como Joaquín Estefanía y Miguel Ángel Bastenier, frente a quienes he tratado de convertirme en una esponja para absorber cuanto conocimiento sea posible. La arrogancia del “yo lo conozco todo” la dejé abandonada en un basurero del aeropuerto internacional de Quito. Llegué a España como un simple aprendiz.
Y en efecto, he entrado en un proceso para desaprender algunas ‘leyes’ del periodismo que consideraba irrefutable y desde ‘el otro lado del charco’ me estoy quitando la venda de lo que Bastenier llama “el chip colonial del periodismo de América Latina”.
Espero, como todo ser humano, no perder el ritmo y volver a Ecuador como un mejor profesional y transmitir lo que hoy tengo la suerte de conocer.
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